En colaboración para Organización Editorial Mexicana.
Mael Vallejo es editor de Post Opinión, la sección de opinión en español de The Washington Post.
Desde que era estudiante he pensado que la principal función del periodismo —de mi labor como periodista— es intentar entender el mundo para, con suerte, poder explicárselo a alguien más: dar contexto, aportar información a los hechos y ponerlos en un lugar más luminoso y amplio para los lectores. Si habláramos en términos cinematográficos, diría que esta función es como hacer un zoom out, una toma que empieza en un detalle pequeño y se va ampliando hasta ver todo lo que abarca la cámara.
Eso no significa que no creyera —que aún crea— en la función básica y primordial del periodismo como contrapeso al poder, un watchdog de los gobernantes y los poderes fácticos. Es importantísimo y necesario, y más en un momento de crisis como en el que estamos a nivel mundial.
Pero para mí es igual de importante entender las cosas, ponerlas en orden. Y desde hace unos meses, en medio de la polarización política y social, creo cada vez más que el punto fundamental de lo que hacemos es buscar hacer una pausa para encontrar los porqué; no en términos absolutos, que eso sería imposible, sino en los pequeños casos particulares que nos pasan enfrente a diario.
Hay una frase atribuida a Jonathan Foster que dice: “Si alguien dice que está lloviendo y otra persona dice que no, tu trabajo no es citarlos a ambos, sino mirar por la maldita ventana del cuarto y averiguar quién dice la verdad”. Hoy no solo estamos metidos en un cuarto pequeñísimo, donde hacer zoom out es cada vez más difícil, sino que además nos está haciendo falta mirar por la ventana. Así que solo publicamos distintas versiones de distintas personas sobre si está lloviendo: mucho, poco, granizando o estamos en sequía.
En ese cuarto nos metimos nosotros mismos al cambiar el esquema en el que trabajábamos. Antes había una cantidad de notas limitada para producir al día, al mes o la semana. Era limitada porque el papel, o el programa de radio o TV, así lo exigía. Así que a esa información limitada se le intentaba dar —en el mejor de los casos— un valor agregado o contexto; se jerarquizaba, se editaba y revisaba, y entonces se publicaba.
La cantidad de información basura que hoy producimos y consumimos es alarmante, y en eso no podemos culpar a las audiencias. Esa frase de “hay que darle al lector lo que pide” es vieja desde que nació. Nosotros nos metimos en ese cuarto donde hay que crear miles de notas con información que, muchas veces, ya habrá salido antes en redes sociales. Y sin contexto, sin jerarquía y sin supervisión.
Es así que ahora las notas más leídas —y las que se exigen a los redactores— son las que le dan voz a antivacunas, a conspiranoicos, a negacionistas de la pandemia o que buscan darle un escarmiento a las lords y ladies de la semana. En este pequeño cuarto en el que estamos metidos ya ni siquiera se busca a la contraparte para que diga si cree que está lloviendo (o si lo que dicen estas personas tiene sentido o no). Los medios solo reproducimos la frase de que la Tierra es plana, y que el lector decida por sí mismo.
Esto no es una añoranza del pasado o una propuesta para solo crear contenido exquisito que nadie lea. La idea de la “dictadura del click” me parece irrelevante desde hace años. Pensar en volver al papel, lo mismo. Todos queremos que la información que producimos llegue a la mayor cantidad de gente posible, y para eso internet y todas sus plataformas no tienen comparación.
No es una pelea con tener mucha audiencia, sino el conseguirla de una mejor forma. Es tan sencillo como volver a intentar explicar por qué están sucediendo las cosas. Muchas veces, para contestar las preguntas de qué pasó —y cómo, cuándo y dónde— son suficientes las redes sociales. Lo que el periodismo puede aportar, hoy más que nunca, es ese contexto, la información extra: el zoom out que le dé una pausa al mundo, que haga que el lector sepa si de verdad está lloviendo o no.