No hay hielos eternos. Cuando algo dura más que nosotros nos parece que está siempre, pero el tiempo geológico es tan diferente al humano que hay palabras que no sirven. «El término hielo perpetuo es muy literario y bonito, pero no es real. Ni siquiera al planeta Tierra se le puede considerar perpetuo…». Ignacio López Moreno, investigador del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC) nos recuerda que, a lo largo de la historia geológica, los glaciares han desaparecido y se han vuelto a formar, siguiendo las grandes fluctuaciones climáticas que se han ido sucediendo, helando y deshelando la Tierra. La diferencia es que ahora estamos aquí para verlo, pues «esta es la primera fase de retroceso glaciar generalizada que sucede en un planeta poblado». En algunas zonas, «mucha gente va a sentir las consecuencias de dicha desaparición o sencillamente nos vamos a entristecer por perder un elemento tan fascinante de nuestros paisajes». A la vez, «dado que el hielo es un archivo de información ambiental», añade Ánchel Belmonte, estudioso de las cuevas heladas del Pirineo, «la fusión de hielo glaciar o subsuperficial constituye una pérdida de información sobre el pasado de la Tierra». Y esa información nos permite entender los procesos ambientales actuales y futuros que acarrea el cambio climático. Por eso, antes de que se vuelvan agua, urge leer los mensajes que atesora.
Los investigadores tienen cierta sensación de cuenta atrás. «Somos unos ‘desglaciados’, nuestros glaciares están próximos a desaparecer, pero todavía queda mucho trabajo científico por hacer…», dice López Moreno, recordando la expresión que le gusta usar de broma a su amigo y colega Jorge Luis Ceballos, que estudia los glaciares de Colombia. El glaciar de Monte Perdido acaba de dejar leer unos capítulos de su historia que han sorprendido al equipo liderado por Ana Moreno, investigadora del IPE.
Se habían propuesto desvelar cada uno de los renglones del diario secreto del glaciar de Monte Perdido y, entre las incógnitas congeladas, estaba su edad y también algunas claves sobre su futuro. «Ha sido una sorpresa encontrar hielo tan antiguo», asegura Moreno. «Modelos teóricos del movimiento del hielo en un glaciar como Monte Perdido nos hablaban de unos 200 años», explica.
En 2017 subieron hasta allí para hacerse con una columna de hielo que se convirtió en el primer sondeo de hielo continental extraído en la península ibérica. Aplicando la técnica de carbono 14 a pequeños restos orgánicos conservados en el hielo, han podido determinar que este glaciar está presente desde, al menos, los últimos 2.000 años. Aunque retrocedió, siguió formando parte del paisaje en los periodos cálidos de época romana y durante la Edad Media, sin llegar a desaparecer. Ahora, la situación es otra.
Porque a lo inesperado de encontrar vestigios tan antiguos se añade la novedad de comprobar que al diario de este glaciar también le faltan hojas, las más recientes. Echar en falta niveles altos de hollín, mercurio o el plomo asociado a la gasolina -el sello de la actividad humana actual- indica que en un siglo se ha fundido el hielo acumulado en los últimos 600 años. Esta enorme pérdida de hielo reciente «nos habla de una fusión muy rápida -dice Ana Moreno-; ahora mismo prácticamente no hay acumulación».
Cuenta atrás.
Los continuados estudios del grupo de López Moreno sobre los glaciares pirenaicos llevan la cuenta y detallan que «desde mediados del siglo XIX ha desaparecido el 90% de la superficie cubierta por hielo (había mas de 2.200 hectáreas); en 1985 quedaban unas 800 hectáreas de glaciares y ahora apenas superan las 200. El número de glaciares ha disminuido de 39 a 21». Entre 2011 y 2020, «lejos de parar esa tendencia -destaca este experto-, se ha perdido el 21% de la superficie helada y tres glaciares se han considerado extintos». En este breve periodo, «los glaciares han perdido de media 7,1 metros de espesor de hielo (la altura de una casa de dos plantas) y las pérdidas en algunos sectores concretos llegan casi a los 30 metros. Cuando medimos el espesor de hielo que queda, apenas encontramos sectores que superen los 20 metros». La conclusión es evidente: «Los glaciares van a desaparecer del Pirineo en muy pocas décadas, tan solo algunos quedarán como formas muy residuales».
Los investigadores de varios centros de investigación españoles, liderados desde el Pirenaico de Ecología, integrantes del proyecto ‘Explora Paleoice’ que ha puesto edad al glaciar de Monte Perdido notaban cerca ese tic-tac: «Sentíamos que había una oportunidad con este proyecto porque es verdad que la situación está cambiando deprisa», señala Ana Moreno que, con sus ojos de geóloga, comprende que «no es más que una consecuencia del aumento de temperaturas global. Otros paisajes aparecerán y otros glaciares volverán… ¡en unos miles de años!».
En el Pirineo hay por ahora numerosas cuevas con depósitos de hielo, que también es objeto de estudio. «Ahí parece que está más protegido -indica Moreno-. Aún así, en todas se ve una importante tasa de fusión y pensamos que acabará desapareciendo».
Investigadores como ella o como su compañero del IPE Ignacio López Moreno son conscientes de que «los glaciares que estudiamos actualmente van a cambiar y a degradarse de forma muy rápida en las próximas décadas, pero también, desde un punto de vista científico, es superinteresante estar en una de las zonas del planeta donde podemos observar y estudiar las últimas fases de nuestros últimos glaciares». Además, «este proceso nos permite ver cómo la vida ocupa estos espacios anteriormente helados. En el Pirineo se están formando lagos que son una oportunidad única de ver cómo nuevas especies se van sucediendo y asentando en ellos, la formación de suelos y la llegada de vegetación son cuestiones de gran interés».
Atentamente sigue el nacimiento de estos ibones, hijos del deshielo, Javier San Román, geólogo y coautor junto a José Luis Piedrafita del libro ‘Glaciares del Pirineo’. El ibón del Aneto, a 3.105 metros, que en 2015 ya medía 0,05 hectáreas, ocupaba en 2019 seis veces más (0,3), con una profundidad de 4 o 5 metros. Para él, en medio de la tristeza de saber que «esa magnífica masa de hielo que estás contemplando, con sus bandeados, grietas y bloques de roca incrustados, va a desaparecer», dar la bienvenida a estos lagos que están surgiendo donde antes estaba el glaciar es como «un premio de consolación, una especie de reencarnación». En el Pirineo «hay pocos casos recientes de aparición de lagos, y son pequeños, pero en los Alpes es una pasada -refiere San Román-. En el glaciar del Ródano, por ejemplo, ha aparecido un lago de unas 10 hectáreas en los últimos 15 años».
Los glaciares están retrocediendo en prácticamente todo el planeta, «solamente en algunos sitios donde las temperaturas aún son bajas (a pesar de que hayan aumentado) y donde además la precipitación se ha incrementado han mostrado balances de masa positivos», señala López Moreno. Es el caso de algunas zonas en el norte de Noruega. Pero los glaciares tropicales y los situados en latitudes bajas del hemisferio norte, como los del Pirineo, están en una situación crítica y desaparecerán en las próximas décadas. «Los glaciares de mayor entidad situados en latitudes más elevadas son lógicamente los que perdurarán más tiempo e incluso podrán superar los escenarios más pesimistas de calentamiento global», prevé.
Estos cambios tienen consecuencias. «El hielo glaciar es de vital importancia por muchas razones -destaca Belmonte, que es coordinador científico del Geoparque Mundial de la Unesco Sobrarbe-Pirineos-. Millones de personas en todo el mundo dependen de los recursos hídricos que genera su fusión estacional, particularmente en Asia (glaciares del Himalaya) y Sudamérica (de los Andes). La disminución de los glaciares se traduce allí en una menor disponibilidad de agua para riego y boca». López Moreno añade que «al mismo tiempo se incrementarán los riesgos naturales asociados a avenidas fluviales por desbordamientos en lagunas de montaña, debidos a ritmos de fusión muy acelerados, o por colapsos de glaciares que pueden represar ríos, liberándose posteriormente grandes cantidades de agua».
Además, la fusión de los glaciares impacta directamente en el ascenso del nivel del mar, un problema de gran envergadura que no tardará en ser acuciante. «El calentamiento global va a hacernos más ‘daño’ y ‘antes’ por la inundación de playas, deltas, ciudades…», augura San Román.
En zonas con glaciares más pequeños, como el Pirineo, «la principal implicación es la pérdida de un paisaje muy característico de nuestras montañas, la imposibilidad de estudiar un archivo ambiental muy valioso y, sobre todo, una evidencia muy palpable de que el clima de nuestras montañas se está calentando», valora López Moreno.
Esa media de 7 metros de espesor de hielo, en algunos sitios hasta 30 metros, perdida en los glaciares del Pirineo entre 2011 y 2020 representa décadas o siglos de registro ambiental que ya no se podrán analizar. Por ello, «mientras quede hielo», es tan interesante estudiarlo y los científicos instan a guardar parte congelada para los investigadores del futuro.
Deshielo global
Nuestro planeta gotea, pierde hielo a velocidad creciente. Un grupo de investigación británico de la Universidad de Leeds ha constatado cómo se acelera la fusión del hielo en todo el mundo. Es el primer estudio sobre la pérdida global de hielo que se basa en observaciones de satélite, concretamente de ERS, Envisat y CryoSat y de las misiones de la Agencia Espacial Europea Copernicus Sentinel-1 y 2. El trabajo concreta que, entre 1994 y 2017 se perdieron 28 billones de toneladas de hielo, a un ritmo de 1,3 cada año. La velocidad del deshielo aumenta en mayor medida en la Antártida y Groenlandia. Y, a pesar de que los 215.000 glaciares de montaña que existen almacenan tan solo el 1% del volumen total de hielo de la Tierra, han contribuido a casi una cuarta parte de las pérdidas de hielo globales durante el periodo de estudio.
La mayor parte del hielo de la Tierra se encuentra en los glaciares de los casquetes polares (Antártida y Groenlandia) -los icebergs o témpanos son fragmentos desprendidos del frente de glaciares que desembocan en el mar-. En menor medida, en los glaciares de montaña (Himalaya, Andes y otras cordilleras). Hay también hielo bajo la superficie terrestre atrapado en suelos permanentemente helados (permafrost), particularmente en latitudes altas del hemisferio norte. A la lista hay que añadir las «acumulaciones menores, pero de gran valor ambiental y científico, del interior de ciertas cavidades, las cuevas heladas», apunta Ánchel Belmonte. Finalmente, «tenemos las banquisas, el mar congelado, cuyo deshielo no contribuye directamente al ascenso del nivel del mar, como sí ocurre con la fusión de los hielos continentales, sea cual sea su ubicación». Sin embargo, puede haber una influencia indirecta, según señala Isobel Lawrence, investigadora del Centro de Observación y Modelado Polar de Leeds: «Una de las funciones clave del hielo marino del Ártico es reflejar la radiación solar, lo que ayuda a mantener fresco el Ártico. A medida que el hielo marino se contrae, los océanos y la atmósfera absorben más energía solar, lo que hace que el Ártico se caliente más rápido que cualquier otro lugar del planeta». Se calcula que por cada centímetro que suba el nivel del mar, aproximadamente un millón de habitantes de zonas bajas de la Tierra estarán en riesgo de tener que desplazarse.
A todo ello se suma que unos y otros hielos son parte del medio físico de múltiples ecosistemas, por lo que su desaparición compromete la existencia de numerosas especies. Y la fusión del permafrost tiene consecuencias particulares; para Ignacio López Moreno, «quizás el impacto en desestabilizar infraestructuras construidas sobre él, el retroceso espectacular de la costa en muchas zonas litorales del Ártico por erosión y la emisión del metano almacenado en los suelos helados, que es un gas de efecto invernadero muy potente, sean las más significativas».
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