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Migrantes de Centroamérica que huyen de la violencia de sus países enfrentan diversos avatares y situaciones difíciles, como extorsiones, robos y amenazas en su paso por Sinaloa.
CULIACÁN, Sinaloa.- Hace algunos meses, durante la Pascua, cuando la mayoría de la gente está de vacaciones, José Robles, un hombre de 43 años, de oficio mecánico, tuvo que abandonar El Salvador para escapar de La Mara Salvatrucha. Sucedió cuando líderes de esta organización criminal, lo amenazaron de muerte por defender a su sobrina Talía, una menor de 16 años de edad que se había involucrado con las pandilla salvadoreñas.
Fue una tarde a fines de marzo pasado cuando José junto a su cuñada María, acomodaban la mesa para cenar unas latas de atún, alguien tocó a la puerta y al abrir, dos jóvenes entre 25 y 30 años preguntaron por Talía.
-Dígale que salga que tenemos que arreglar cuentas—dijo uno de ellos.
José llamó a la menor y en ese momento se armaron los alegatos, peleaban por unos teléfonos celulares que ella había cogido en una reunión y que los había vendido para sacar “plata”.
“La sacaron de las greñas y le empezaron a gritar, yo quise meterme para defenderla pero me fue peor, me dijeron que tenía dos días para desaparecer o que me iban a matar”, recuerda.
A Talía los maras le dieron un día para recuperar los teléfonos, mientras que José esa misma noche agarró lo poco que tenía en una mochila y abandonó El Salvador para tratar de llegar con su familia residente en Colorado.
La ruta de escape de San Salvador fue rumbo a Guatemala, el primer punto fue la ciudad de Antigua, luego bordeó por Quetzaltenango. Lo más difícil fue llegar a la frontera de Talismán para cruzar el río Suchiate y alcanzar Tapachula, Chiapas.
Pagó el poco dinero que traía para llegar a la Ciudad de México, donde el periplo continuó en autobús a Guadalajara. A partir de ahí fue puro tren. Montado en “la Bestia”, fueron días sin dormir en travesía por Nayarit y Sinaloa. En estación Sufragio, municipio de El Fuerte, esperó unos días para abordar el tren que lo llevó a Nogales, Sonora.
Fueron más las seis semanas que tardó en recorrer desde El Salvador a Nogales, en que la “migra” lo detuviera en el desierto y lo deportara.
José cuenta que ya no quiso intentar cruzar de nuevo, exhausto comenzó el camino de regreso. En la ruta de vuelta, recuerda que le robaron los pocos centavos que le quedaban y un celular en el que traía los números telefónicos de sus hijos, quienes viven en USA y con quienes planeaba reunirse.
Al llegar a Sinaloa decidió bajarse del tren en la sindicatura de Costa Rica, una localidad tranquila en la que buscar hacerse con algún dinero, comer y bañarse y donde ahora armado con un cartón en el que resume su viacrucis, pide dinero para sobrevivir y buscar tomar camino a su país.
José recuerda las desgracias que ha vivido en su travesía mientras recorre las vías del tren en la sindicatura de Costa Rica, a donde llegó en los primeros días de junio. No sabe si quedarse o irse a El Salvador, en un momento en que la situación de violencia y pobreza asfixia a miles de centroamericanos que en los últimos meses han abarrotado las estaciones migratorias de sur a norte del país.
La guerra entre pandilleros en su país que pelean por el control de la venta de drogas, no sólo ha provocado el desplazamiento de miles de personas, sino el recrudecimiento de las políticas de seguridad del presidente Nayib Bukelele, que pugna por aplicar mano dura, una especie de “ley fuga” a los delincuentes.
“Vengo de El Salvador, soy de allá, yo soy migrante, no más que ya vengo de regreso, ahorita estoy viendo cómo nos vamos porque aquí en Costa Rica nos bajamos del tren, buscamos que comer y lavamos la ropa, a ver si nos vamos de regreso”.
VIVIR DE PASO
En los últimos meses en Costa Rica, al sur de Culiacán, comienzan a ser visibles los migrantes que han optado por quedarse para buscar trabajo y ganarse la vida, son pocos pero ya se observan en distintas zonas. La precariedad laboral se suma al acoso continuo de autoridades como Migración y la Guardia Nacional, dos de las dependencias que son usadas como fuerza de contención del actual gobierno para detener la ola de migrantes.
Por estos días de junio José ha buscado ganarse la vida con un trabajo honrado en algún taller de la comunidad. Se ha ofrecido a limpiar terrenos baldíos, cortar árboles o sacar la basura, pero sus esfuerzos han sido en vano, pues nadie le ha dado la oportunidad de obtener unos cuantos pesos a cambio de chamba. Por ello, ahora pide limosna en la vía del tren, haciendo tiempo en lo que, dice, le sale alguna oportunidad para seguir adelante.
LOS SIETE MESES DE FRANKIE
Frankie es un migrante hondureño que salió de San Pedro Sula cargando una mochila con tres mudas de ropa, algunos objetos de aseo y 500 dólares que le mandó su familia desde Nueva York, pero desde hace siete meses vaga por ciudades como la capital del país, Querétaro, Guadalajara y Tepic en espera de alcanzar la preciada frontera.
Llegó en mayo pasado a Culiacán, sin más remedio que asumir una condición de vagabundo, porque los últimos 200 pesos que traía se lo quitaron policías locales que le descubrieron un porrito de mariguana.
“He dejado a un lado mi orgullo para pedir dinero en la calle”, dice Frankie, de 33 años, quien duerme de momento en un hotel barato convertido en su casa en lo que resuelve su situación.
Los últimos cinco años vivió en Honduras, pero desde los cuatro fue llevado a Estados Unidos con su familia. Lo deportaron de Nueva Jersey a los 28 años, y ahora hace el camino del Pacífico para entrar por Mexicali a Calexico.
“Es muy difícil la situación, desde que uno entra a México la Guardia Nacional te está cobrando, los de Migración, todo lo que traía me lo fui gastando en pagarles hasta Ciudad de México, ya de ahí a Culiacán ha sido más fácil, pero llevo siete meses en la calle”. Entre sus recuerdos dice que estudió en Estados Unidos hasta la High School.
De conseguir un empleo en Sinaloa, no la pensaría para quedarse más tiempo, en lo que toma fuerza y sigue, porque allá tiene una hija.
“Pero qué pasa que nosotros no podemos trabajar, no nos dan trabajo”, dice el joven afrodescendiente, quien muestra su rostro para la foto, “porque yo soy trabajador, no delincuente”.
LOS OPERATIVOS NO PARAN
Culiacán es un paso obligado para miles de migrantes centroamericanos que van hacia la frontera pero también de otros como José Robles, uno de los cientos que pasan por la capital sinaloense, que intentan regresar a su país. Son náufragos de una necesidad que buscan asidero en la economía local.
Desde hace meses la Guardia Nacional y Migración arreciaron los operativos para cazarlos. Se sabe que algunos detenidos alcanzan a librar ser deportados si traen con qué pagar.
En la estación de Ferromex de la capital del estado cada vez bajan menos, optan por dejar el tren antes de llegar a la ciudad, porque los operativos se han incrementado de tres meses a la fecha. En un recorrido realizado por las vías que atraviesan Culiacán personal de la empresa ferrocarrilera que mueve un volumen gigantesco de productos agrícolas por todo el país, señala que son escasos los migrantes que hoy en día pasan.
“La gente que viaja en el tren no es maliciosa, se bajaban para comer o bañarse, pero desde hace ya varios meses no se bajan, les da miedo el ejército, la Guardia”, dijo uno de los trabajadores.
Años atrás ciudadanos que se dedicaban a obras de caridad recorrían las vías de esta estación brindando cobija y comida a los migrantes, sin embargo hoy el panorama es desolador, apenas unas cuantas casas de indigentes que ahí duermen, pero nada más.
UN REMANSO PARA LOS MIGRANTES
El Padre Miguel Ángel Soto Gaxiola, de la Iglesia del Carmen, confirma que ha bajado la afluencia de centroamericanos, de hecho éste fue uno de los motivos por el cual cerraron La Casa del Migrante, un sitio de descanso para los viajeros que sueñan con la frontera.
Ahí se podía descansar, pasar la noche, obtener vestimenta limpia y hasta alimentarse antes de partir. Pero ahora, hay algunos que se acercan al comedor comunitario que ofrece dos comidas diarias.
“Los migrantes que vienen aquí, vienen en busca de comida, de agua, llegan hambrientos, ninguno llega al templo para hablar con Dios, aquí los ayudamos, les compramos el pasaje en caso de ser necesario, lo hacemos con grupo Estrella Blanca, la mayoría de los pasajes que compramos, son para mujeres y niños o hermanos que realmente lo requieren”, relata el sacerdote.
En algunos casos, la Iglesia ha ayudado a algunos migrantes a conseguir un trabajo, ahorrar para seguir con su vida azarosa por los confines del país.
“Hemos tenido migrantes que han trabajado en hoteles de cinco estrellas, que fueron deportados, aquí los canalizamos a restaurantes y trabajan, se están varios meses, hacen su dinerito y se van, pero ya no en calidad de migrantes, ahora pueden comprarse un pasaje en avión o camión, sin mendigar o sufrir”, comenta el padre.
Según los registros de apoyo de la iglesia católica, son varios los tipos de migrantes que llegan a Culiacán:
1. Migrantes que llegan al aeropuerto de la ciudad para realizar negocios.
2. Migrantes deportistas, que llegan a la ciudad para competir en algún deporte o persiguiendo el sueño en el área del básquetbol, béisbol o fútbol.
3. Migrante estudiante, que busca una oportunidad educativa más barata y accesible que en su ciudad natal, la mayoría provienen de otros estados.
4. Migrante charola, viajeros que mayormente se plantan en los cruceros de la ciudad pidiendo limosna, estos se hospedan en hoteles baratos y viajan de municipio en municipio, como un modo de vida.
5. Migrantes de huida, aquellos que salen de su país huyendo de la justicia, por la comisión de algún delito.
6. Migrante pasajero, aquellos que bajan de los trenes en busca de agua y comida y que siguen su camino al día siguiente.